domingo, 14 de octubre de 2007


El barrendero de la calle

Autor: Jose María Calvo de las Fuentes

“Le tengo envidia al barrendero porque su trabajo es humilde y es sencillo. Con su escobón de gallo, cual bisturí en sus manos, no mata a seres indefensos sino que recoge pacientemente la basura del día y de la noche”.

El barrendero madruga todos los días. Todavía no ha nacido el sol, ni la luz de las farolas municipales se han guarecido en sus cavernas de la oscuridad, cuando el fiel barrendero ha realizado ya parte de su trabajo. El siempre «va riendo», alegre el corazón y yerto el rostro en esas mañanas crudas de invierno. Casi nadie le decimos adiós, por no distraerle en su oficio precioso.

Si he de decir la verdad, tengo envidia de esos hombres vestidos de azul y de esperanza, que limpian nuestras calles de inmundicias y residuos y le dan brillo a nuestros pasos, cada día.
El barrendero es un ser callado. Vive muchas horas para adentro. De vez en cuando silba la última canción, despacio y suave, para no despertar a los que duermen a lo largo de su parcela y de su finca. A ratos mira al horizonte, oculto entre ruidos de motores, sombras de edificios y conversaciones en flor.

Y le tengo envidia al barrendero porque su trabajo es humilde y es sencillo. Con su escobón de gallo, cual bisturí en sus manos, no mata a seres indefensos sino que recoge pacientemente la basura del día y de la noche, con el fin de que no tropecemos al amanecer en la miseria de nuestras vidas.

Le tengo aprecio al barrendero, porque con su escoba de urce, no firma leyes injustas en la cartulina de la sociedad que llevan a los hombres a la ruina y a la miseria, sino que escribe, con rasgos gruesos y valientes, la escritura de la limpieza, la pulcritud, la nitidez, la verdad, en este mundo de los hombres que tanta falta tiene de un límpido y diáfano comportamiento.

Le tengo estima al barrendero, porque procura, poco a poco, casi con sigilo, misteriosamente diría yo, recoger la basura, amontonada en las horas transcurridas desde la última operación con idéntico sentido, y no saca, al aire, los trapos sucios y las miserias de sus actos, fanfarroneando de sus errores, crímenes y desatinos, cual si fueran acciones dignas de aplauso y de encomio[1].
Cada mañana, cuando contemplo al barrendero que, con su escoba de brezo, borda la porción de terreno encomendado, con el cariño con que una madre lava a su bebé, con el valor con que la enfermera atiende a la criatura que acaba de nacer, con la delicadeza con que la religiosa limpia la baba del anciano, con la finura con que el artista mima su obra en la soledad de su estudio, no puedo por menos de musitar, en mi interior, una alabanza.

Por contra, me duele el corazón y el alma, pensando en cuántos pingamos el interior de nuestra vida con lamparones sucios, en cuántos tiznamos nuestra sociedad con comportamientos egoístas, en cuántos llenamos de herrumbre nuestra historia con decisiones incongruentes e inmorales.

No puedo por menos de tener una santa envidia al barrendero que limpia nuestro camino y aplaudir su trabajo mañanero y silencioso.

DN 23 de enero de 1983

[1] Cfr. Manuel Martín Sánchez, Diccionario del español coloquial (Dichos, modismos y locuciones populares). Tellus, Madrid 1997, p.455. Existen algunas expresiones sobre el barrer menos positivas. Sirvan como ejemplo estas tres: barrer lo que ve la suegra, significa limpiar sólo superficialmente; barrer para casa, favorecer el propio interés de forma parcial; barrer para o hacia adentro, comportarse interesadamente.

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