EL POCICO DE SAN CERNIN
“Las calles y las gentes de la vieja Pamplona
saltaron de júbilo y de entusiasmo,
ante la convincente predicación
del obispo Saturnino.”
Al conmemorar, una vez más, el Bautismo de Jesús en las aguas del río Jordán, me vino a la memoria, con fresca espontaneidad, la existencia del “Pocico”, rincón de larga tradición cristiana entre nosotros.
“Las calles y las gentes de la vieja Pamplona
saltaron de júbilo y de entusiasmo,
ante la convincente predicación
del obispo Saturnino.”
Al conmemorar, una vez más, el Bautismo de Jesús en las aguas del río Jordán, me vino a la memoria, con fresca espontaneidad, la existencia del “Pocico”, rincón de larga tradición cristiana entre nosotros.
Cuentan los historiadores, que las estrechas calles y las nobles gentes de la vieja Pamplona saltaron de júbilo y de entusiasmo, ante la convincente predicación del obispo Saturnino. Y que a los pocos días de iniciada su evangelización, ante la admiración de propios y extraños, el recio prelado de Toulouse bautizó a unos cuarenta mil gentiles, entre los que se encontraban el Senador Firmo, familiares y lo más granado de la urbe, con las aguas del venerable Pozo, junto al cual se cree se erigió la primera iglesia de la ciudad.[1]
Y desde entonces –no entramos en la datación histórica del suceso–, innumerables bautismos se han administrado en Navarra, en una interminable avenida señalada, cual si de árboles frondosos se tratase, por hombres y mujeres marcados en su alma con el signo imborrable del carácter bautismal.
Pero hagamos un poco de historia[2]. La costumbre de bautizar a los niños –llamados a ser hijos de Dios– surgió según nos cuenta Orígenes en la época apostólica. Se afirmó y se generalizó al final de las persecuciones.
En el s. III los novacianos, consecuentes con sus falsos principios de que no pueden perdonarse los pecados cometidos después del Bautismo, dilataron su recepción casi hasta la hora de la muerte. En esta línea influyó también el temor a las duras penitencias públicas, impuestas para el perdón de algunos pecados.
En el s. X y XI, los albigenses, rama de la herejía cátara de origen maniqueo, plantearon la nulidad del Bautismo de los niños y la necesidad de volver a bautizarlos al llegar al uso de la razón. Esta tesis fue condenada por el Concilio de Verona.
Más tarde, en el s. XVI, los anabaptistas negaron también la necesidad del Bautismo de los niños, ya que según ellos, la comunicación de la gracia a los hombres se hace directamente por Dios, sin actividades eclesiásticas institucionales.
El replanteamiento actual de Bautismo de los niños, tiene su origen en el teólogo protestante Karl Barth, que desde 1943 se pronunció contra esta tradición cristiana, removiendo de nuevo viejos errores, ya condenados.
Posteriormente se han multiplicado los argumentos antropológicos y sociológicos, que con frecuencia se contradicen entre sí. Se dice, por ejemplo, que el Bautismo representaría sólo un formulismo social, un puro compromiso familiar, un rito de carácter mágico. Puede suceder, pero un abuso práctico no debe llevar a cambiar los principios doctrinales, sino más bien, a esforzarse por dar al Bautismo su auténtico contenido, resaltar su valor sacramental y las responsabilidades ciertas en que incurren los padres, al solicitar para su hijo el Bautismo.
Es cierto que Dios llama a todos los hombres para que formen parte de la Iglesia. Pero la respuesta ha de ser libre y racional. Y como el niño –dicen otros– carece de capacidad decisoria, la administración del Bautismo de esta forma se presenta como un atentado a su libertad.
Según este criterio, alimentar o vacunar a los niños sin contar con su previa aprobación o quizá a pesar de su llanto, sería coartar su libertad. En cualquier caso, negar el Bautismo supone igualmente disponer de una voluntad no manifestada. Además, en todas las legislaciones se protegen los derechos de los menores, incluso de los no nacidos. La reivindicación de estos derechos está encomendada a los padres. El derecho de pertenecer a la Iglesia a través del Bautismo, puede igualmente ser ejercitado por los padres en nombre del menor.
La necesidad del Bautismo para salvarse, ha sido definida como dogma de fe por la Iglesia. Es cierto que la voluntad amorosa y la omnipotencia de Dios pueden salvar a niños que no hayan recibido el Bautismo. Pero la gran manifestación de esta voluntad salvífica de Cristo es precisamente su Encarnación redentora y el que nos dejase los sacramentos como “signos de vida” sobrenatural. Y no resulta muy explicable argumentar contra la oportunidad de un sacramento, manifestación explícita de esta voluntad salvífica, en nombre de esa voluntad genérica. Sería como prohibir la medicina porque existen los milagros.[3]
El “Pocico” de San Cernin de Pamplona, sigue siendo un símbolo.
DN 15 de enero de 1980
[1] Manuel Iribarren, Navarra, ensayo de biografía, Editorial Nacional, Madrid 1956, pp. 88ss.
[2] J. A. Abad Ibáñez- M. Garrido Bonaño, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, Ediciones Palabra, Madrid 1988, p. 148-158ss.
[3] Catecismo de la Iglesia, n. 1257-1261, p. 356-357. Nueva edición conforme al texto latino oficial. Asociación de editores del Catecismo, Madrid 1999.
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