EL DRAGÓN DEL PRÍNCIPE
“El artista empleó para hacerlo tablas de haya, clavos, paño de lienzo, cola, barniz, cuerdas, cera, varillas de hierro, papel, cuero de becerro, etc., etc”.
Han pasado los Reyes Magos por Pamplona como todos los años: generosos, dadivosos, espléndidos. En cada casa, junto al calor del corazón de miles de niños y de niñas, ingenuos, sencillos, confiados, han depositado los más variados dones y presentes.
La chiquillería a pesar de que el seis de enero comenzarían de nuevo las clases, ha tenido tiempo de sacar sus juguetes al sol y al viento y disfrutar con algazara de las risas de la ilusión.
Las calles en este mes de enero huelen a juguetes y a rebajas; a muñecas de viejo trapo y a los modelos más sofisticados; a metralletas, a tanques, a soldados en pie de guerra; a camiones con remolque y a trenes y coches dirigidos con mandos a distancia.
Los trastos y trebejos son instrumentos para divertirse y para aprender; para emplear los ratos de ocio con sentido y para prepararse para la vida futura.
Al niño –también al mayor– el juguete le atrae, le fascina, le entretiene y le retiene. Por eso, tanto más le gustan los trastulos cuanto más le permiten realizar exploraciones difíciles en sus entrañas de metal o de madera; tanto más le deleitan los pasatiempos cuantos más ruidos extraños y raros emitan; tanto más le subyugan los pequeños juguetes cuantos más colores variados reflejen; tanto más le embelesan los regalos cuantas más enrevesadas dificultades encierren sus entrañas.
Al niño le llama la atención el instrumento que le permita ejecutar nuevas figuras; realizar desconocidas estructuras; montar tinglados originales. Los juguetes deben ser, ni tan difíciles que nada se entienda, ni tan fáciles que nada interese. Deben mostrarse en un término medio; objetos que sean capaces de despertar la imaginación del pequeño aventurero y factibles a las manos torpes del aprendiz de pocos meses.
Nos explicamos que el Príncipe Carlos, entonces joven de doce años, pidiera, el 1433, un dragón como regalo de Navidad o de Reyes.[1]
“El dragón –apunta el cronista– es un animal con el cuerpo y cola de cocodrilo, la cabeza y los pies de águila y la lengua terminada en dardo”[2]. Animal espantoso, pero atrayente al espíritu juvenil.
La historia dice que «seguramente el capricho partió del propio príncipe, que no se contentaba por lo visto con cualquier infantilidad, sino que quería algo fuerte, sensacional, de “suspense”.[3] Sin embargo, el encargo original y terrorífico venía de su propia madre doña Blanca, según reza en el libro de cuentas correspondiente a aquel año: «los quoales han seydo tomadas o distribuidas por mano de Gabriel del Bosch, pintor, en fazer un dragón que por nuestro mandamento eill a fecho, para en servicio et plazer del principe don Karlos, nuestro muy caro et muy amado fijo, en nuestra ciudad de Tudela».[4]
El artista empleó para hacerlo, tablas de haya, clavos, paño de lienzo, cola, barniz, cuerdas, cera, varillas de hierro, papel, cuero de becerro, etc.
El precio del famoso dragón de Tudela fue bastante elevado, como lo son los juguetes que hoy y ahora regalan los Reyes a los niños. “Podremos –dice el texto– fijar en unas 7.000 pesetas el coste del famoso dragón” [5]
Como se puede apreciar por la variada mezcla de componentes, el regalo del Príncipe era un juguete lleno de curiosidad y de fantasía; de emoción y de misterio. Lo mismo que hoy, al niño de ayer, le gustaba el juguete llamativo, majestuoso, entretenido, incierto.
Lo mismo que ayer, hoy también los padres encargan sus peticiones a los Reyes Magos; con el fin de llenar el corazón inquieto y ávido de sus hijos.
Los padres son, siempre fueron, reyes de su propio hogar. Los padres gozan, disfrutan con la alegría de los pequeños de la casa. Se divierten con las distracciones de sus hijos. Los mayores, en estas fechas pintadas de misterio, recuerdan con placer su infancia. Y gozan por los ojos de emoción que abren los niños ante el regalo desconocido, misterioso, llenas de alborozo y de júbilo sus almas.
El niño es feliz porque tiene la suerte de ser niño agraciado. Los padres son felices porque se les brinda la ocasión de hacerse un poco como niños.
Las calles de enero están llenas de juguetes y de niños. Los corazones de los padres rebosan de generosidad y de satisfacción.
Nosotros hemos pedido a los Reyes Magos de Oriente que no falten niños, ni juguetes.
DN 25 de enero de 1981
[1] Florencio Idoate, Rincones de la Historia de Navarra, Tomo III, El dragón del Príncipe o el regalo de Navidad, Pamplona 1979, editorial Aramburu, Pamplona 1979, p. 15-16.
[2] idem, p. 15
[3] idem, p. 15.
[4] idem,.p. 15.
[5] idem ,p. 16.
“El artista empleó para hacerlo tablas de haya, clavos, paño de lienzo, cola, barniz, cuerdas, cera, varillas de hierro, papel, cuero de becerro, etc., etc”.
Han pasado los Reyes Magos por Pamplona como todos los años: generosos, dadivosos, espléndidos. En cada casa, junto al calor del corazón de miles de niños y de niñas, ingenuos, sencillos, confiados, han depositado los más variados dones y presentes.
La chiquillería a pesar de que el seis de enero comenzarían de nuevo las clases, ha tenido tiempo de sacar sus juguetes al sol y al viento y disfrutar con algazara de las risas de la ilusión.
Las calles en este mes de enero huelen a juguetes y a rebajas; a muñecas de viejo trapo y a los modelos más sofisticados; a metralletas, a tanques, a soldados en pie de guerra; a camiones con remolque y a trenes y coches dirigidos con mandos a distancia.
Los trastos y trebejos son instrumentos para divertirse y para aprender; para emplear los ratos de ocio con sentido y para prepararse para la vida futura.
Al niño –también al mayor– el juguete le atrae, le fascina, le entretiene y le retiene. Por eso, tanto más le gustan los trastulos cuanto más le permiten realizar exploraciones difíciles en sus entrañas de metal o de madera; tanto más le deleitan los pasatiempos cuantos más ruidos extraños y raros emitan; tanto más le subyugan los pequeños juguetes cuantos más colores variados reflejen; tanto más le embelesan los regalos cuantas más enrevesadas dificultades encierren sus entrañas.
Al niño le llama la atención el instrumento que le permita ejecutar nuevas figuras; realizar desconocidas estructuras; montar tinglados originales. Los juguetes deben ser, ni tan difíciles que nada se entienda, ni tan fáciles que nada interese. Deben mostrarse en un término medio; objetos que sean capaces de despertar la imaginación del pequeño aventurero y factibles a las manos torpes del aprendiz de pocos meses.
Nos explicamos que el Príncipe Carlos, entonces joven de doce años, pidiera, el 1433, un dragón como regalo de Navidad o de Reyes.[1]
“El dragón –apunta el cronista– es un animal con el cuerpo y cola de cocodrilo, la cabeza y los pies de águila y la lengua terminada en dardo”[2]. Animal espantoso, pero atrayente al espíritu juvenil.
La historia dice que «seguramente el capricho partió del propio príncipe, que no se contentaba por lo visto con cualquier infantilidad, sino que quería algo fuerte, sensacional, de “suspense”.[3] Sin embargo, el encargo original y terrorífico venía de su propia madre doña Blanca, según reza en el libro de cuentas correspondiente a aquel año: «los quoales han seydo tomadas o distribuidas por mano de Gabriel del Bosch, pintor, en fazer un dragón que por nuestro mandamento eill a fecho, para en servicio et plazer del principe don Karlos, nuestro muy caro et muy amado fijo, en nuestra ciudad de Tudela».[4]
El artista empleó para hacerlo, tablas de haya, clavos, paño de lienzo, cola, barniz, cuerdas, cera, varillas de hierro, papel, cuero de becerro, etc.
El precio del famoso dragón de Tudela fue bastante elevado, como lo son los juguetes que hoy y ahora regalan los Reyes a los niños. “Podremos –dice el texto– fijar en unas 7.000 pesetas el coste del famoso dragón” [5]
Como se puede apreciar por la variada mezcla de componentes, el regalo del Príncipe era un juguete lleno de curiosidad y de fantasía; de emoción y de misterio. Lo mismo que hoy, al niño de ayer, le gustaba el juguete llamativo, majestuoso, entretenido, incierto.
Lo mismo que ayer, hoy también los padres encargan sus peticiones a los Reyes Magos; con el fin de llenar el corazón inquieto y ávido de sus hijos.
Los padres son, siempre fueron, reyes de su propio hogar. Los padres gozan, disfrutan con la alegría de los pequeños de la casa. Se divierten con las distracciones de sus hijos. Los mayores, en estas fechas pintadas de misterio, recuerdan con placer su infancia. Y gozan por los ojos de emoción que abren los niños ante el regalo desconocido, misterioso, llenas de alborozo y de júbilo sus almas.
El niño es feliz porque tiene la suerte de ser niño agraciado. Los padres son felices porque se les brinda la ocasión de hacerse un poco como niños.
Las calles de enero están llenas de juguetes y de niños. Los corazones de los padres rebosan de generosidad y de satisfacción.
Nosotros hemos pedido a los Reyes Magos de Oriente que no falten niños, ni juguetes.
DN 25 de enero de 1981
[1] Florencio Idoate, Rincones de la Historia de Navarra, Tomo III, El dragón del Príncipe o el regalo de Navidad, Pamplona 1979, editorial Aramburu, Pamplona 1979, p. 15-16.
[2] idem, p. 15
[3] idem, p. 15.
[4] idem,.p. 15.
[5] idem ,p. 16.
No hay comentarios:
Publicar un comentario