Del polvo de la tierra
“Ceniza, polvo gris, residuo de una combustión completa. Pero algo más, comienzo, inicio de un período de tiempo repleto de aventuras”.
Con frecuencia, nosotros, los humanos, olvidamos verdades de «a puño», cosas evidentes, patentes, elementales. Y nos olvidamos, porque en muchas ocasiones, nos asustan, nos aturden, y preferimos pensar en otras grandiosidades terrenas y linduras agradables.
Con frecuencia, nosotros, los humanos, olvidamos verdades de «a puño», cosas evidentes, patentes, elementales. Y nos olvidamos, porque en muchas ocasiones, nos asustan, nos aturden, y preferimos pensar en otras grandiosidades terrenas y linduras agradables.
Entre esas realidades que solemos olvidar, se halla el recordar que somos polvo y a polvo hemos de llegar; más tarde o más temprano.
Y aunque, en efecto, se trata de un asunto confirmado con precisión continua, por la historia de la humanidad, sin embargo, no queremos aplicarlo a nuestro caso particular, es decir, nos cuesta admitirlo.
Y una y otra vez, preferimos pensar que somos fuertes, que aún nos encontramos jóvenes, que desbordamos salud por los cuatro costados. Y no queremos admitir la experiencia archirrepetida, de tantos y tantos seres humanos que vinieron del polvo y al polvo ya llegaron.
Una de las razones se encuentra, en que estos pensamientos nos hablan de muerte terrenal, de final de carrera, de término de viaje. Y la verdad es que nos resistimos a morir, a dejar las bagatelas de esta tierra, a poner punto final a nuestra historia, a decir adiós a nuestra vida.
Y sin embargo, no debemos descuidar que estas verdades también nos hablan de nuestro origen maravilloso, de la acción creadora del Todopoderoso que nos llamó de la nada a la existencia; del polvo de la tierra a la posibilidad de llamarnos y ser hijos de Dios, formados a su imagen y semejanza.
Ceniza, polvo gris, residuo de una combustión completa. Pero algo más, comienzo, inicio de un período de tiempo repleto de aventuras.
La bendición y la imposición de la ceniza se remonta a tiempos muy antiguos. Tiene, podíamos decir, raíces en los primeros días de la humanidad.[1]
La ceniza aparecerá a lo largo del Antiguo Testamento como un símbolo de penitencia. Y en la Nueva Ley será como un recuerdo de que no somos nada, de que todo lo recibimos de Dios.
Estos días, en los templos de nuestras ciudades y de nuestros pueblos se realizará - o ya se ha realizado- una sencilla ceremonia: Un sacerdote, con una bandeja en la mano, llega el hombre o la mujer, inclina la cabeza y recibe la ceniza en la frente, a la vez que oye las palabras en las que se encierra el dolor y el amor de Dios»: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás»[2].
Y aún con todo, se nos olvida la verdad de nuestra existencia. Y nos llamamos poderosos, fuertes, valientes. Nos creemos dueños del mundo, aunque ese mundo sea el metro cuadrado que pisan nuestros pies.
Por eso, creo yo, es bueno que cada año –cuando comienza la Cuaresma, tiempo de conversión y arrepentimiento– nos digan, desde la sencillez de una corta ceremonia con valor y con fuerza, con claridad y sosiego: No olvides lo que eres: polvo. No cantes victoria a tus empresas, a tus éxitos, a tus logros, a tus triunfos. Porque eres polvo y al polvo volverás.
Ahora, eso sí, sólo los humildes poseerán la tierra. No confundidos con ella, sino por encima. No atormentados en ella, sino victoriosos.
Recordemos, al menos una vez, verdades de «a puño», cosas evidentes.
DN 6 de marzo de 1984
[1] J. A. Abad. M. Garrido Bonaño Iniciación a la liturgia de la Iglesia. Ediciones Palabra, Madrid 1988, El miércoles de ceniza, el rito de la ceniza, pag. 702-704.
[2] Gén. 3,19.
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