jueves, 1 de noviembre de 2007


Ermitas de Navarra


“Las ermitas son como fogonazos de blancura, de exquisitez, de refinamiento de líneas y de adornos que llevan hasta la meticulosidad renovada, hasta la sinceridad de la mirada limpia y hasta la claridad del alma navarra”.


Ermitas de Navarra. Deseaba, hace tiempo, escribir un espacio Al trasluz, sobre esta maravillosa recopilación de ermitas de Navarra[1], realizada por Fernando Pérez Ollo y editada por la Caja de Ahorros de Navarra –espléndido y magnífico rescate de luz y de tiempo–, y no sabía como hacerlo. No porque la obra no tuviera motivos más que suficientes para cantar sus virtudes y grandezas, sino porque cualquier enfoque me parecía limitado y corto.

De repente, me vino una idea: Ir pasando páginas, ojear despacio cada una, sentir el fogonazo en mi alma, gritar en silencio mi impresión y luego poner todo esto por escrito. Eso es lo que he hecho. Este es el resultado, en un orden desorganizado, pero auténtico, veraz y genuino.
Ermitas que con su entorno hablan de amplitud de horizontes, de anchura de miras, de lejanías amplias, de abertura de corazones generosos y heroicos, de caminos infinitos y de conquistas perdurables.

Ermitas que sus piedras carcomidas y mudas gritan la realidad de los desgastes, de las efímeras realidades de las cosas, de la caducidad del tiempo, de las dificultades de la vida, del pasado glorioso hecho de acciones ocultas en la grandeza del anonimato sencillo.

Ermitas fogonazos de blancura presente, de exquisitez, de progreso, de refinamiento de líneas y de adornos que llevan hasta la meticulosidad la restauración renovada y esperada, hasta la sinceridad de la mirada limpia y a la claridad del alma navarra. Sinceridad en las piedras y en la naturaleza, en los pueblos y en los campos.

Ermitas que pregonan el valor de las gentes, de aquellas gentes que se fueron envueltas en la corona de la generosidad y de aquellas gentes que subieron con fe y esperanza hasta las cimas de los montes y los collados.

Ermitas preparadas como un rincón apreciado, junto al huerto de hortalizas, junto a la querencia de las casas solariegas, construidas con el primor de lo bello y el amor de lo estimado.

Ermitas que demuestran altura en la mirada, nieve y blancura en la fe y en las costumbres, tradición y pureza en todos los pasos de la vida, aunque a veces brotaran los tallos negativos de los retoños del mal.

Ermitas llenas de misterio. En la naturaleza y en las costumbres de tantos y tantos que pasaron jalonando de valor y de coraje los estrechos caminos de los campos, y tachonando lo hitos de ilusión de los amplios prados y los estrechos valles. Llenando de oración y de plegarias todas las veredas y senderos.

Ermitas de agua limpia, como el alma santa de los niños, como la plegaria sin ruido, silenciosa, de tantos romeros que cabalgaron con parsimonia hasta el interior de cada ermita, donde depositaban sus cuitas y pesares.

Ermitas reflejo de arte, de claridad, de amor, de ingenio, de pulcritud, de unidad entre lo material y lo espiritual, entre lo vertical y el horizonte.

Y en casi todas, la cruz, la silueta del sacrificio y del dolor, la esencia de una metafísica de la piedra y la argamasa, arrancadas de las canteras y del esfuerzo, con el objeto de lograr en medio de la estaticidad del mineral la significación de la viveza y de lo imperecedero.

Ermitas de Navarra. Esta ha sido mi reflexión espontánea y limpia al hilo de la voz muda y elocuente de las páginas del primoroso libro: Ermitas de Navarra.

DN fecha y año s/l
[1] Fernando Pérez Ollo, Ermitas de Navarra, Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona 1983, 279 pags.

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