jueves, 29 de noviembre de 2007




Lazos de amistad



“Y con la nieve rondando por nuestra ciudad, ha llegado el ambiente, lo exterior, lo accidental, el marco de seda, a estas fiestas cristianas”.

La Navidad es más Navidad cuando se vive por dentro. Cuando se abre el cuenco del amor al Dios hecho Niño y al hermano que convive a nuestro lado. Cuando se adorna la mesa con la salsa de la caridad.

Y, externamente, se siente la Navidad, cuando se cubren los montes de nieve y los tejados de las casas destilan lluvia azucarada. Cuando las calles se adornan con luces y en los escaparates tintinea el ruido de las estrellas artificiales.

Este año, para ti y para muchos, la Navidad ha brillado con un nuevo resplandor, con un nuevo sentido, porque durante bastante tiempo hemos ido regando nuestro espíritu de sencilla normalidad: “Dios con nosotros”[1].

Para otros, la Navidad ha supuesto un paso hacia atrás, en la negra tragedia de ocultar la cabeza en la triste ala de la indiferencia. Y no le demos vueltas, cuanto más se escarba en la profundidad, mas abajo se llega en las conclusiones.

Y con la nieve, rondando nuestra ciudad, ha llegado el ambiente, lo exterior, lo accidental, el marco de seda, de estas fiestas cristianas.

Lástima que la ciudad haya estado tan triste y tan sosa. La luz, querámoslo o no, alumbra, aclara, encamina, alegra, anima. Y la sombra, la obscuridad, entristece, despista, aplana.
No queremos ser agoreros, pero la tacañería no es señal de ilusiones. Hay gastos que relucen menos y arruinan más. Hay despilfarros que hacen menos contagio y mucho más ruido.

Pero dejemos estas cosas –quisicosas que decían los antiguos– y vayamos a lo esencial, al meollo, al grano, a lo importante.

Y lo importante está en el corazón. Yo te prometo un poco más de comprensión. Dame tú la tuya y habremos creado un nuevo lazo de amistad.

DN 14 de abril de 1983

[1] Mat. 1,22.

No hay comentarios: