Lazos de amistad
“Y con la nieve rondando por nuestra ciudad, ha llegado el ambiente, lo exterior, lo accidental, el marco de seda, a estas fiestas cristianas”.
La Navidad es más Navidad cuando se vive por dentro. Cuando se abre el cuenco del amor al Dios hecho Niño y al hermano que convive a nuestro lado. Cuando se adorna la mesa con la salsa de la caridad.
La Navidad es más Navidad cuando se vive por dentro. Cuando se abre el cuenco del amor al Dios hecho Niño y al hermano que convive a nuestro lado. Cuando se adorna la mesa con la salsa de la caridad.
Y, externamente, se siente la Navidad, cuando se cubren los montes de nieve y los tejados de las casas destilan lluvia azucarada. Cuando las calles se adornan con luces y en los escaparates tintinea el ruido de las estrellas artificiales.
Este año, para ti y para muchos, la Navidad ha brillado con un nuevo resplandor, con un nuevo sentido, porque durante bastante tiempo hemos ido regando nuestro espíritu de sencilla normalidad: “Dios con nosotros”[1].
Para otros, la Navidad ha supuesto un paso hacia atrás, en la negra tragedia de ocultar la cabeza en la triste ala de la indiferencia. Y no le demos vueltas, cuanto más se escarba en la profundidad, mas abajo se llega en las conclusiones.
Y con la nieve, rondando nuestra ciudad, ha llegado el ambiente, lo exterior, lo accidental, el marco de seda, de estas fiestas cristianas.
Lástima que la ciudad haya estado tan triste y tan sosa. La luz, querámoslo o no, alumbra, aclara, encamina, alegra, anima. Y la sombra, la obscuridad, entristece, despista, aplana.
No queremos ser agoreros, pero la tacañería no es señal de ilusiones. Hay gastos que relucen menos y arruinan más. Hay despilfarros que hacen menos contagio y mucho más ruido.
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