lunes, 19 de noviembre de 2007


MAS ALLÁ DEL PÓRTICO

«La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, el zarpazo, el golpe, la zaparrada, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura».


No es tarea fácil, diría casi imposible, dar cuenta en un breve artículo como éste, de la extensa temática recogida y desarrollada por Juan Pablo II en su reciente Exhortación Apostólica sobre la familias, «Familiaris consortio».

Sin embargo, ante la conveniencia de su conocimiento y la urgencia de su lectura algo hay que decir. Recientemente, un obispo español ha escrito que se trata de un documento «que es menester conocer, leer, meditar y comentar. Porque el asunto es de suma importancia para el hombre y para la sociedad, por supuesto, también para la vida de la Iglesia»[1]. Hoy, procuraré comentar, subrayar, presentar algunos párrafos, no por más valiosos que los demás, sino sencillamente por la imperiosa necesidad de la selección.

Es claro -comienza el texto- que «la familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución»[2], el zarpazo, el golpe, la zaparrada, la «acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura»[3]. Es un hecho. No se puede negar.

También es cierto, que «muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar».[4] Estamos también ante un hecho. Tampoco se puede negar. Pero, con frecuencia, nos fijamos, más y antes, en la hendidura del árbol desquebrajado que en la lozanía del resto del bosque; nos llama más la atención la noticia escandalosa y bullanguera que el suceso vivido en el silencio y en la normalidad; ponemos antes nuestro grito en el cielo por un pequeño e insignificante desmán que ofrecemos nuestra elocuencia para alabar y aplaudir multitud de gestos nobles y encumbrados.

Por otra parte, existen familias que “se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar»[5]. Siempre ocurre lo mismo: la incertidumbre produce indecisión: el desánimo abatimiento, la duda perplejidad; la ignorancia tosquedad. No es extraño, pues, que ante tanta inseguridad, desaliento, vacilación e insapiencia sembrados estos últimos tiempos, por sembradores de vacío, de incoherencia, de vacuidad, se recojan tantas indecisiones e incertidumbres. Ya es viejo el refrán: «Siembra vientos y recogerás tempestades».[6]

«Otras (familias), en fin, a causa de diferentes situaciones de injusticia, se ven impedidas para realizar sus derechos fundamentales»[7], situación extremadamente grave, precisamente en este momento en el que se cacarea, por todos los lugares, la necesidad de respetar los derechos fundamentales del hombre. Pero, se cumple aquí también, aquel otro refrán: «una cosa es predicar y otra, muy distinta, dar trigo»[8].

Pues bien, ante estas situaciones difíciles y optimistas, ante este panorama lleno de luces y de sombras; ante este cuadro compuesto de claros y de obscuros; ante esta tierra húmeda y reseca, ante este hombre «mitad ángel, mitad bestia», llega, jovial, optimista, esperanzadora, segura, confiada, la voz del Papa –en este caso diríamos, con más precisión, -la escritura- del Vicario de Cristo, Pastor Universal, Maestro competente, a decirnos que «la Iglesia, consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad»,[9] quiere hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda a todo aquel que, conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia, trata de vivirlo fielmente; a todo aquel que, en medio de la incertidumbre o de la ansiedad, busca la verdad, y a todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el propio proyecto familiar».[10]

Y así –en este claro obscuro en el que vivimos– «sosteniendo a los primeros, iluminando a los segundos y ayudando a los demás, la Iglesia ofrece su servicio a todo hombre preocupado por los destinos del matrimonio y la familia».

Quiero señalar, que este documento, «en especial se dirige a los jóvenes que están para emprender su camino para el matrimonio y la familia»; pero de esto, podremos escribir otro día.
Nos hemos quedado en el pórtico de la Exhortación; bueno será continuar en su lectura cada uno por su cuenta.

DN 17 de enero de 1982

[1] Cfr. Mons. Marcelo González, Arzobispo de Toledo.
[2] Juan Pablo II, Constitución Familiaris consortio. 1981, n. 1.
[3] Ïbidem, n. 1.
[4] Ïbidem, n. 1.
[5] Ïbidem, n. 1.
[6] Refranero español: quien hace las cosas mal, recogerá desgracias.
[7] Juan Pablo II, Constitución Familiaris consortio. 1981, n. 1.
[8] Refranero español: es más fácil hablar que actuar.
[9] Juan Pablo II, Constitución Familiaris consortio. 1981, n. 1.
[10] Ïbidem, n. 1

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