Enrique y Juan Labrit
“El padre se llamaba Enrique de Labrit, el hijo, Juan, el apellido el mismo. Las leyendas inscritas en sus respectivos sellos o escudos familiares eran estas: «Ego sum quod sum» y «Gratia Dei sumus quod sumus”.
Lo leí en cierta ocasión. No recuerdo exactamente cuando fue. Tal vez alguna tarde de invierno, cuando al otro lado de mi ventana jugueteaba el viento inofensivo, imberbe, y mi alma descansaba del cotidiano trajín de las diminutas aventuras ordinarias. No sé si durante este último año o sucedió en el lustro pasado.
“El padre se llamaba Enrique de Labrit, el hijo, Juan, el apellido el mismo. Las leyendas inscritas en sus respectivos sellos o escudos familiares eran estas: «Ego sum quod sum» y «Gratia Dei sumus quod sumus”.
Lo leí en cierta ocasión. No recuerdo exactamente cuando fue. Tal vez alguna tarde de invierno, cuando al otro lado de mi ventana jugueteaba el viento inofensivo, imberbe, y mi alma descansaba del cotidiano trajín de las diminutas aventuras ordinarias. No sé si durante este último año o sucedió en el lustro pasado.
Es difícil retener en la memoria todas y cada una de las frases más o menos curiosas o agradables con las que nos topamos en las lecturas. Pero más complicado todavía es averiguar cuándo, por qué y dónde leíamos lo que ahora actualizamos.
Es verdad que cuando uno menos lo piensa, salta la ágil liebre por entre las matas espesas y embrolladas de nuestro cerebro. Y de pronto, se presenta un recuerdo, una frase feliz, un capítulo intrigante, todo un episodio, como si se tratara de algo reciente, más aún, como algo tangible y vivo. Lo podíamos casi medir. Y entonces, solemos afirmar: «Lo tengo como si lo estuviera viendo», o «lo siento, como si lo tocara con la mano»[1].
No obstante, siempre existen causas que explican los efectos. Aunque no siempre somos capaces de descubrir la relación que existe entre ambos, por lo que nos parece que tal o cual realidad brota espontáneamente.
Eso creo me ha ocurrido en esta ocasión. Se me han presentado, en la celda de mi vida, dos viejos lemas, de dos antiguos personajes navarros, padre e hijo, con resplandor de nuevas significaciones. El padre se llamaba Enrique de Labrit, el hijo Juan, el apellido el mismo. Las leyendas inscritas en sus respectivos sellos o escudos familiares eran estas: «Ego sum quod sum» y «gratia Dei sumus quod sumus».[2]
Como es lógico, ahora –Al trasluz de los recuerdos–, ni pretendo situar históricamente a estos personajes, ni es mi intención valorar en su justa medida sus hazañas; ni siquiera aspiro a justificar el por qué de estos lemas tan cercanos como similares.
Mi propósito no es ese, ni mucho menos. Tan sólo deseo –ya que me vinieron a la memoria con la velocidad de dos palomas que cruzan los tiempos, desde la orilla del triunfante siglo XVI español hasta esta otra de nuestro agitado siglo XX–, reflexionar brevemente sobre ellas.
Así canta la primera: «Ego sum quod sum» eso soy, lo que soy, ni más ni menos. Termina el año de 1982. Uno más en la suma de la historia. Cada uno de nosotros podemos asegurar, sin miedo a equivocamos, en un singular responsable, yo también soy lo que soy.
En el silencio de las últimas campanas, entre el licor de las uvas postreras, oiremos más allá del horizonte de nuestras cosas, la respuesta a lo que somos. Debemos estar atentos si no queremos engañarnos. A veces, con bastante frecuencia, nos equivocamos. Hay tanto ruido a nuestro alrededor, que no nos oímos claramente. Dicen que sería un buen negocio comprar a las personas por lo que realmente valen y venderlas después por lo que crea cada uno vale. Días para la reflexión. Ego sum quo sum: banquero, drogadicto, albañil, divorciado, estudiante, ateo, árbitro de primera, penitente, cineasta. humilde, barrendero, enemigo... ¿Tú que eres? ¿Y tú?
Y la segunda es como la corona, el complemento, la cima de la auténtica existencia, de los verdaderos valores de la realidad misteriosa, la canción agradecida del que se cree y siente criatura, ser contingente, pero que mira a lo trascendente con esperanza. Dice simplemente así: «Gratia Dei sumus quod sumus».
Tú y yo, todos, si somos justos, normales, trabajadores, tradicionales, esforzados, creyentes, veloces, hijos pródigos, honrados, nobles, delicados, amigos, ha sido y es porque la gracia de Dios se derramó por nuestra tienda, y libremente acogimos su virtud.
Un año más. Trescientas sesenta y cinco hojas en blanco, esperando la pluma ágil, suelta del escritor que eras tú y soy yo. Una aventura por delante. Ahora un recuerdo agradecido a Enrique y Juan Labrit. Ellos estamparon ya su firma y su rúbrica sobre el lienzo de su obra. Su gestión fue terminada.
Aún quedan sus lemas: Ego sum quo sum, y gratia Dei sumus quod sumus. Feliz Año Nuevo.
DN 2 de enero de 1983
[1] Manuel Martín Sánchez, Diccionario del español coloquial (Dichos, modismos y locuciones populares). Tellus, Madrid 1997, p. 383 y 223.
[2] Florencio Idoate, Rincones de la historia de Navarra, Don Pedro de Labrit, Obispo de Cominges, Ediciones Aramburu, Pamplona 1979, Tomo III, p. 770.
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