UNIÓN DE DOS MARES
«El proyecto en cuestión –conservado en el Archivo General de Navarra– tiene este encabezamiento: Canal navegable desde el Mar Mediterráneo al Océano Cantábrico».
Humanamente hablando, esperar de inmediato, una perfecta unidad entre todos los cristianos, es algo que resulta difícil, poco menos que imposible. La consecución próxima de un solo rebaño, el silbido amoroso de un solo pastor, es desde el mismo prisma humano, algo inseguro, incierto, complicado.
«El proyecto en cuestión –conservado en el Archivo General de Navarra– tiene este encabezamiento: Canal navegable desde el Mar Mediterráneo al Océano Cantábrico».
Humanamente hablando, esperar de inmediato, una perfecta unidad entre todos los cristianos, es algo que resulta difícil, poco menos que imposible. La consecución próxima de un solo rebaño, el silbido amoroso de un solo pastor, es desde el mismo prisma humano, algo inseguro, incierto, complicado.
Sin embargo, lo que de “tejas a abajo”, se presenta como enormemente arduo, costoso, casi impensable, desde una perspectiva de fe, aparece como un proyecto ciertamente asequible en el tiempo, más aún, realizable en un periodo concreto y cercano.
Los días que hoy comienzan, ocho jornadas, intensas, apretadas, llenas de oración, mortificación y caridad podrán adelantar, sin duda ninguna, esa fecha tan deseada y pedida por todos. Las plegarias, ocultas y sencillas, podrán acercar a nuestras manos sedientas de unidad, el agua fresca de la comprensión. Los pequeños y los normales sacrificios, podrán clavar en nuestros corazones esponjosos de amor y de sosiego, el mismo querer y el mismo sentir. La constante comprensión de todos nosotros podrá levantar por los aires de nuestras desuniones, rencores, egoísmos, el edificio único y compacto del amor universal.
Es preciso que insistamos en la oración; que nos llenemos de esperanza y de ambición noble en nuestros ruegos, que crezcamos en una intensa fe en Dios, en generosidad entre los hombres.
Las empresas grandes requieren espíritus abiertos, capaces de asombro, dispuestos a emprender mil veces los mismos proyectos que otros comenzaron, aún temiendo que tal vez, no se realicen nunca, pero sabiendo que al menos los deseos futuros han existido en el recóndito santuario de ciertas personas.
En estas fechas, cuando rezaba y pensaba en la unidad de los cristianos, me acordaba de aquel viejo proyecto de unión de los dos mares, ideado por don Santos Ochandátegui, extraordinario director de grandes realizaciones en suelo navarro, que como es sabido, pasaron a la historia de nuestra tierra.
«El proyecto en cuestión –conservado en el Archivo General de Navarra– tiene este encabezamiento: Canal navegable desde el Mar Mediterráneo al océano Cantábrico, continuando el proyecto del Reino de Aragón, cruzando el de Navarra y la provincia de Guipúzcoa por los ríos Arga y Oria, unidos por varios manantiales y depósitos de agua en la altura de Lecumberri».[1]
Es cierto que el autor reconoce las enormes dificultades derivadas «de la elevación y aspereza de las montañas que separan las vertientes cantábricas y mediterráneas y de otros obstáculos en la zona media y Ribera de Navarra, por los cerros y colinas que dificultan el trazado del proyectado canal; pero arguye que parecidas dificultades tuvieron que resolverse para la construcción del célebre canal de Languedoc, en Francia, aunque con la enorme ventaja sobre el nuestro, de la menor elevación de las tierras sobre el nivel del mar».[2]
Este proyecto fue un mundo de posibilidades, que se frustró como tantas otras cosas en las empresas de los hombres, pero la intención del autor, debemos decir que fue extraordinaria, ambiciosa, digna de encomio.
Y pensaba en mi interior en estos días, próximos a estas jornadas de oración universal, que si difícil era la unión de los dos mares, costosa también es la unión entre todos los cristianos. Muchos naufragan en los mares de la confusión, otros se tambalean en las aguas de la ignorancia; quienes transitan por los campos de la apatía y del tedio; quienes sestean en la arena de las playas del ocio, el materialismo, la comodidad.
Y tú y yo, ¿cómo estamos? Existen muchos obstáculos en la recta de la unidad, en el camino del amor. Sin embargo, de nuevo acaricio la idea de unión. Un año más me animo a pedir esa unión de los cristianos. Cada enero, del 18 al 25, es como el brote de un mundo de posibilidades de paz, de acercamiento, de comprensión; es como una demostración palpable de nuestra intolerancia y una prueba más para nuestra fe.
Vamos a rezar mucho; a sacrificarnos más; a cortar egoísmos; a limar asperezas; a construir verdades. Tal vez la unidad se frustre de nuevo, pero en tu corazón y en el mío, en el de todos, se alzará un monumento a la unidad, que será como signo y símbolo de la unidad universal permanente de todos los cristianos.
DN 21 de enero de 1981
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