domingo, 6 de enero de 2008


RUIDO LENTO Y SILENCIOSO


“No llama sólo a los Reyes Magos,
que eran sabios y poderosos;
antes había enviado a los pastores de Belén, no ya una estrella, sino uno de sus ángeles”.


Durante toda esta noche, pequeños y grandes hemos escuchado con emoción, por los cuatro rincones de Navarra, el ruido lento y silencioso de alegres cascabeles, anunciadores del paso seguro de los enormes camellos, repletos, como siempre, de ricos y añorados regalos, montados por los Reyes Magos.

Muchos de vosotros, como yo, os habréis preguntado a lo largo de esta noche: ¿Pero quiénes fueron estos Magos? ¿Cuántos eran? ¿De dónde procedían? ¿Qué significado tenía la estrella? ¿Cuál es el contenido teológico de la fiesta de los Magos o Epifanía del Señor?

Como primera respuesta os diré que el evangelista San Mateo los presenta, simplemente, como unos personajes interesados en hallar al recién nacido Rey, cuando dice: “¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer?, porque hemos visto su estrella y venimos a adorarle”.[1] Y poco más.

Como veis, el evangelista no dice ni cuántos eran, ni cómo se llamaban, ni de dónde procedían exactamente. Se ve que el escritor sagrado no consideró imprescindibles para sus destinatarios, ofrecer tales detalles.[2]

He espigado en distintos lugares y he encontrado respuestas que aclaran de algún modo la curiosidad de los interrogantes arriba enunciados[3].

En cuanto al número de personajes, un fresco del cementerio de San Pedro y San Marcelino en Roma, representa a dos. Un sarcófago del Museo de Letrán, muestra a tres. En el cementerio de Santa Domitila aparecen cuatro. Y hasta ocho aparecen en un vaso del Museo Kircheriano. Algunos hablan de doce.

No obstante, ha prevalecido el número de tres, acaso por correlación con los tres dones que ofrecieron al Señor –oro, incienso y mirra– o porque se los creyó representantes de las tres razas: Sem, Cam y Jafet.

Los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, aparecen por primera vez en un manuscrito parisino de fines del siglo VII y después, en otro manuscrito anónimo italiano del siglo IX. En otros autores y regiones se les conoce con nombres totalmente distintos.

Su condición de Reyes parece haberse introducido por la interpretación literal de las siguientes palabras de la escritura: “Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán sus dones; los reyes de Arabia y Sabá le traerán regalos”.[4]

Sobre el lugar de su origen, unos los hacen proceder de Persia, otros de Babilonia o de Arabia y hasta hay quienes los hacen originarios de lugares tan poco situados al oriente de Palestina como Egipto y Etiopía.

Un precioso dato arqueológico del tiempo de Constantino muestra la antigüedad de la tradición que parece interpretar mejor la intención del evangelista, haciéndolos oriundos de Persia.
La estrella en el relato del evangelista San Mateo juega un papel importante. Los Magos dicen haberla reconocido como la de Jesús: “Hemos visto su estrella y venimos a adorarle”.[5] La naturaleza portentosa de este fenómeno excluye cualquier intento de identificación con acontecimientos astronómicos naturales, como quiso Kepler o supuso Wieseler.

El contenido teológico del relato es bastante claro. El lector cristiano ve en la narración de San Mateo una transparencia clara de las palabras del Profeta: ”El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande”.[6]

Los paganos han visto la luz. Y alumbrados por esa estrella caminan hasta postrarse a los pies del Mesías, para ofrecerle sus dones: oro, incienso y mirra.

No debemos olvidar que cuando escribía San Mateo su evangelio, era un hecho la expansión del cristianismo por el mundo entonces conocido. Su relato no hacía otra cosa que concretar esa gozosa realidad, en un delicioso episodio, en el cual la luz mesiánica iluminaba los pasos de unos hombres paganos para rendirse a los pies del Salvador del mundo: Cristo, Jesús.

Y es que como escribió el Fundador de la Universidad de Navarra: «Nuestro Señor se dirige a todos los hombres, para que vengan a su encuentro, para que sean santos. No llama sólo a los Reyes Magos, que eran sabios y poderosos; antes había enviado a los pastores de Belén, no ya una estrella, sino uno de sus ángeles. Pero, pobres y ricos, sabios o menos sabios, han de fomentar en su alma la disposición humilde que permite escuchar la voz de Dios».[7]

Los Reyes Magos y la estrella nos recuerdan la llamada universal del Amor, y esta fiesta es ocasión para pensar en la cualidad de nuestra respuesta.

DN 6 de enero de 1980

[1] Mat. 2,1ss.
[2] José Salguero, Vida de Jesús según los evangelios sinópticos, Edibesa, Madrid 2000, p. 63. “El autor sagrado no es, de hecho, un cronista, sino un predicador del mensaje cristiano. El Evangelio es un libro de fe”.
[3] J. A. Abad Ibáñez- M. Garrido Bonaño, Iniciación a la liturgia de la Iglesia. Síntesis histórica de la Epifanía, Ediciones Palabra, Madrid 1988, p. 732ss.
[4] Sal., 72,10.
[5] Mat, 2,1ss.
[6] Isaías, 60,1ss.
[7] Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, Ediciones Rialp, Madrid 1974, n. 33, p. 84.

No hay comentarios: