sábado, 5 de enero de 2008


Jornadas de esperanza


“Yo también quiero hacerme niño en esta víspera de Reyes y con esa autoridad que me da la infancia, hacer un par de peticiones a los Magos”.

Los días que anteceden a la fiesta de los Reyes Magos, son jornadas cuajadas de esperanza. Por el ancho ambiente familiar revolotean sabores de ilusión y de sorpresa. El hermano mayor, ocultando la mirada de los otros más pequeños, interroga, en secreto, a la mamá, pequeñas dudas que no ha podido resolver con sus amigos. La madre, rememorando otros tiempos, cuchichea al oído de sus hijos rumores inocentes.

En lugares secretos de la casa descansan peticiones hechas vida. Pequeñas llavecillas cierran cariñosos trajines, arropados de sacrificios concretos.
El aire del salón de la vivienda se vuelve pesado por el polvo del barro de la calle, transportado en las viejas sandalias. Ruidos de piñones y de nueces se mezclan con las lejanas pisadas de los camellos supercargados de regalos inciertos.

Cada día que pasa se abren un poco más los ojos inocentes de los niños del mundo. Las vacaciones navideñas ruedan demasiado lentas hasta el día de los Reyes. dimes y diretes, sueños dorados, pensamientos ingenuos de inteligencias en ciernes.
Siempre, antes de la Epifanía, llega la Navidad. Navidad es la presencia del regalo más grande, Dios hecho hombre. El misterio más profundo, envuelto en sencillos elementos materiales. El Omnipotente recostado en un pobre pesebre[1].

Una cuna de madera. En ella «dormidico» el Niño-Dios. A un lado del trono de Belén, su Madre, complaciente y serena y ensimismada. Al otro, un varón fuerte y justo, un carpintero con las manos encallecidas y el alma transparente. Y nada más, y nada menos.

Y antes de la fiesta de los Reyes, también, la muerte de los inocentes, niños despeñados, madres sin consuelo y jolgorio en la fuerza del poder. Cantos por las calles del mundo y voces apagadas, miles y cientos de niños inocentes que no verán las estrellas del Oriente.

Los niños que viven entre nosotros se han enterado, un poco, de todo el regalo del cielo y de la crueldad de los hombres. Al Niño le dieron un beso en el pie descalzo; y en el «belén» de cartón que instalaron en su casa, al cruel perseguidor, le llamaron, sin componendas, tirano.

Yo también quiero hacerme niño en esta víspera de Reyes y con esa autoridad que me da la infancia, hacer un par de peticiones a los Magos. En primer lugar, ruego a Sus Majestades regalen a los hombres, a todos, a los altos y a los bajos, a los intelectuales y a los menos cultos, a los zabarceros[2] y a los pelantrines[3], a los «de aquí» y a los «de allá», a los poderosos y a los débiles, a los apacibles y a los revoltosos, una pizca de buena voluntad, para que, con ella, acojan en sus casas y en sus almas, al Dios hecho Hombre; para que, con ella, le presten al Todopoderoso un trozo de tierra, un asilo confortable, y con piedad, miren sin miedo a los ojos del Niño.

Y también suplico un poco de valentía, de responsabilidad, de coraje, para que no haya más muertes de niños inocentes. Para que nos enteremos, de una vez, que «la solicitud por el niño, incluso antes de su nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a continuación, en los años de la infancia y de la juventud, es la verificación primaria y fundamental de la relación del hombre con el hombre»[4].

Es triste pensar y, mucho más, contrastar que siguen siendo aniquilados por falsos prejuicios seres inocentes, aun antes de haber visto los colores de esta tierra. ¡Esos seres también tienen derecho a la vida del planeta! ¿Quién dijo que el indefenso no merece ser persona?
Pasarán los Reyes Magos, sin ruido, mansamente, al anochecer, cuando la oscuridad se pasee por la tierra. Los balcones se llenarán de flores, de regalos y en las manos de los niños ya nacidos, no cabrán los sueños, ni las ilusiones.

Yo también espero mi regalo: un deseo grande de adorar al Dios grandioso y una acogida amable a los niños, seres que desde el primer momento de su concepción comienzan a ser personas.
Ya se oyen las pisadas. Los cascabeles suenan a lo lejos. Regalos y más regalos en las alforjas de los pajes. Un don para este mundo que se muere de viejo, niños, inocencia, amor.

DN 3 de enero de 1982

[1] Luc., 2, 10-13.
[2] Zabarcera, mujer que revende por menudo frutos y otros comestibles. Diccionario de la lengua española, Real Academia Española, vigésima primera edición, Madrid 1992, p. 2119.
[3] Pelantrín, labrantín (labrador de poco caudal); pegujalero (labrador que tiene poca siembra o labor o ganadero que tiene poco ganado), Diccionario de la lengua española, Real Academia Española, vigésima primera edición, Madrid 1992, p. 1221 y p. 1559
[4] Juan Pablo II, Constitución Familiaris consortio. 1981, n. 26.

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