EL HOMBRE DE LA CALLE
“Hijo, no todo lo que se puede hacer, físicamente, se debe hacer moralmente”. http://www.youtube.com/watch?v=o62EyI_v__8
“Hijo, no todo lo que se puede hacer, físicamente, se debe hacer moralmente”. http://www.youtube.com/watch?v=o62EyI_v__8
Cuando era pequeño solía pasear con mis padres, algunas tardes doradas de otoño, por los estrechos caminos de tierra y de piedra que cruzaban los viejos viñedos, repletos de dulce uva. Muchas veces, al llegar a la finca de los Giles, preguntaba a voz en grito, con cierta curiosidad y machacona insistencia: ¿Puedo coger un racimo? Poder, poder, respondía mi buena madre, con la moderada sensatez aprendida al compás de las rectas acciones, sí puedes, pues tienes los pies libres y las cepas de la viña están al alcance de tu mano. Pero no debes, ya que es una obligación respetar lo ajeno. Y como tarareando un estribillo de una antigua canción, proseguía: Hijo, no todo lo que se puede hacer –físicamente– se debe hacer –moralmente–.
Hoy, cuando los hombres de la calle avanzamos veloces por el tortuoso camino de la vida, al son de suaves melodías y estruendosos tambores, con frecuencia trocamos las señales indicadoras de un término afortunado y nos guiamos por falsos conceptos, que de no corregirnos, nos empujarán inevitablemente hacia el barranco inútil, repleto de hojarasca y de maleza.
Existen personas que confunden, al menos en la práctica, la radical diferencia entre aquello que es legal, porque está permitido por la ley humana y aquello que es moral, porque está permitido por la ley divina.
Ante este error conceptual, alegremente concluyen: Las leyes morales han cambiado o cambiarán porque también han cambiado o cambiarán las leyes civiles, por tanto, lo que acaban de permitir o permitan las leyes del Estado quedará permitido también de ahora en adelante por las leyes de Dios y de la Iglesia.
Esta inexacta manera de pensar, más tarde de actuar, se deriva del tremendo influjo que, en el comportamiento del ciudadano medio, ejercen de hecho los modelos de conducta aceptados y aplaudidos en el ambiente social en que vivimos; los cuales con frecuencia olvidan los más elementales preceptos morales.
Y muchos, influenciados por ese viejo e ilógico principio: Lo hacen todos, es la moda, hacen lo que otros hacen, determinando su estilo de vida por el comportamiento de unos pocos. Y sin juzgar demasiado los móviles que mueven tal forma de vivir, llegan al extremo de permitir en sus acciones lo claramente prohibido o al menos a desentenderse de evidentes exigencias morales.
Esta actitud, socapa de proteger un talante liberal y en aras de un falso pluralismo de conductas, esconde en su actuación una raíz autoritaria, sustituye sus normas morales de inspiración religiosa por otras contrarias, que integran lo que algunos han venido en denominar moral civil.
En esta nueva moral, el término legalizar significa para algunos canalizar legalmente lo que de otro modo se hace a escondidas, con los inconvenientes de la clandestinidad. Para otros, significa moralizar, no distinguiendo éstos entre legalidad y moralidad, por entender que sólo a la ley humana corresponde establecer y definir en cada momento histórico lo que es bueno o malo, lo lícito o lo ilícito en todos los órdenes.
Ante la posibilidad de cambios importantes en la legislación civil es necesario que el hombre de la calle no renuncie a la coherencia que debe existir entre la ley humana y la ley divina, natural o positiva, tanto en la vida individual como en la vida colectiva.
Recordemos tres precisas reglas que un ilustre profesor de Derecho señala en su trabajo: La influencia de las leyes en el comportamiento moral:[1]
Primera, “no siempre coinciden lo lícito civil y lo lícito moral. No deben confundirse legalidad y moralidad. No es correcto pensar que lo que las leyes civiles permiten o no castigan, es también siempre lícito según la ley moral”.
Segunda, “en determinadas circunstancias, las leyes civiles pueden no reprimir sin aprobarlos, por eso, ciertos vicios. En estos casos de leyes tolerantes, tampoco es lícito acogerse a la ley civil con desprecio de la ley moral”.
Tercera, “existen crímenes ante los que no cabe la tolerancia, que deben ser combatidos siempre por las leyes civiles, mediante las penas correspondientes”.
Y volviendo a la anécdota del principio, en caso de duda, preguntemos a nuestra Madre la Iglesia, que siempre en su doctrina encontraremos la respuesta acertada, conveniente, segura.
DN 12 de febrero de 1980
[1] Amadeo de Fuenmayor, Legalidad, moralidad y cambio social, Eunsa, Pamplona 1981, La influencia de las leyes en el comportamiento moral. Lección inaugural del año 1978 ó 1979 en la Universidad de Navarra, Pamplona, 4 de octubre de 1978. Ius Canonicum, julio, de 1979, vol. 19, n. 38.